1. La vida de María
En la época de San Vicente y de Santa Luisa, en los días de la manifestación a Santa Catalina Labouré, al igual que en nuestros días, la auténtica espiritualidad mariana ha de nutrirse del encuentro personal y sincero con María, a partir del contacto permanente con el Evangelio: Deseamos subrayar que nuestra época, como las precedentes, está llamada a verificar su propio conocimiento de la realidad con la Palabra de Dios y a confrontar sus concepciones antropológicas y los problemas que derivan de ellas con la figura de la Virgen, tal cual nos la presenta el Evangelio.
Cuantitativamente hablando, los textos del Nuevo Testamento sobre María son muy sobrios. En las Cartas sólo encontramos un pasaje (Gal. 4, 4). Una referencia también encontramos en los Hechos de los Apóstoles (1, 14). Dos alusiones en el evangelio de Marcos (3, 31-35; 6, 3). Dos escenas en el evangelio de Juan (2, 1-12; 19, 26-27). Los detalles más abundantes están recogidos en los evangelios de la infancia (Mt. 1-2; Lc. 1-2).
El kerigma primitivo se centra en el acontecimiento central de la muerte y resurrección de Jesucristo, sin que aparezca una referencia directa a María. Pero el conjunto del Nuevo Testamento reconoce la función de María como madre y modelo en la historia de la salvación, digna de ser alabada y acogida.
a) María en la historia de la salvación
El papel de María en la historia de la salvación puede ser presentado a través de dos expresiones que encontramos en el evangelio de Lucas:
- Esclava del Señor (Lc. 1, 38). María es instrumento elegido por Dios para el cumplimiento de sus designios, manteniéndose fiel a su misión de manera incondicional;
- Bendita entre las mujeres (Lc. 1, 42). María no es sin más preferida entre sus contemporáneas. La bendición indica la participación en los bienes mesiánicos y una aportación a la salvación. Esto no puede reducirse a un mero dar a luz el fruto de sus entrañas, sino que, a la luz de los episodios veterotestamentarios donde se habla de acciones liberadoras, implica todas las consecuencias que lleva consigo ser la madre del mesías liberador.
La misión de María en la historia de la salvación puede profundizarse también a partir de la profecía de Simeón (Lc. 2, 35), de la escena del encuentro con Jesús en el templo (Lc. 2, 48), o de los dos episodios del evangelio de Juan en relación con la “hora” (Jn. 2, 1-12 y Jn. 19, 26-27).
b) Modelo para el pueblo de Dios
Durante la vida pública de Jesús, los evangelios nos presentan a María como la madre que se hace discípula (Lc. 8, 19-20; 11, 28).
Son, sobre todo, los evangelistas Lucas y Juan quienes nos presentan los rasgos de la personalidad de María como perfecta cristiana y modelo para todo el pueblo de Dios, para la Iglesia. Todas las dimensiones espirituales características de la línea mística de los pobres de Yahvé en el Antiguo Testamento, y que serán canonizadas por las bienaventuranzas evangélicas, convergen en María y componen su retrato espiritual: pobreza (Lc. 1, 48), servicio (Lc. 1, 38. 48; Jn. 2, 5), temor de Dios (Lc. 1, 29. 50), conciencia de su propia fragilidad (Lc. 1, 52), sentido de justicia (Lc. 1, 53), solidaridad con el pueblo de Dios (Lc. 1, 52-55), alegría (Lc. 1, 28. 47), apertura y disponibilidad al plan divino (Lc. 1, 38. 51), confianza en la realización de las promesas de Dios fiel y misericordioso (Lc. 2, 19. 51) demuestran la profunda religiosidad de María en sintonía con la piedad bíblica veterotestamentaria. El Magníficat es el canto de los pobres, reunidos de todos los puntos de la historia bíblica, de todo el verdadero y espiritual Israel, heredero de las bendiciones mesiánicas; presenta a María como la hija de Sión, el resto de la comunidad de Israel que ha llegado a la perfección, dispuesto a acoger la alegría mesiánica y a realizar la presencia salvífica de Dios en la humanidad.
c) Digna de ser alabada
El evangelio de Lucas invita a los cristianos a alabar a María: Desde ahora me felicitarán todas las generaciones (Lc. 1, 48); a unirse a Isabel para llamarla bendita (Lc. 1, 42), reconociendo en ella la acción de Dios que la ha elegido para participar tan decisivamente en su plan de salvación.
d) La acogida de su maternidad
El evangelio de Juan invita a los seguidores de Jesús a acoger a María como Madre: Desde aquel día el discípulo la recibió en su casa (Jn. 19, 27). Para el discípulo de Jesús, entre sus bienes, entre las cosas propias que le vienen del hecho de estar en comunión con Cristo, está el acoger en la fe a la Madre.
Como vemos, el Nuevo Testamento nos proporciona los elementos esenciales donde beber para configurar la espiritualidad mariana. La lectura de las sagradas Escrituras, hecha bajo el influjo del Espíritu Santo y teniendo presentes las adquisiciones de las ciencias humanas y las variadas situaciones del mundo contemporáneo, llevará a descubrir cómo María puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo.
2. La fe de la Iglesia
La Iglesia es el sacramento de Cristo y de su seguimiento. Es el lugar más auténtico y primordial del encuentro con el Padre. La Iglesia es la patria, el lugar privilegiado donde está y actúa el Espíritu Santo.
En todas las épocas de la historia resurge la tentación de un cristianismo y de una espiritualidad sin la Iglesia y lo que ella nos ofrece como experiencia. Sin embargo, es el criterio de la comunidad eclesial el que confronta nuestra personal experiencia cristiana con el evangelio y con la práctica de Jesús, de manera que no resulte sectaria y subjetiva. Es también la comunidad eclesial la que pone a nuestro alcance la gran tradición espiritual del cristianismo y nos propone testigos vivos del seguimiento de Jesús, suscitados por el Espíritu Santo. Y es en la celebración común de la fe, en la profundización de la Palabra de Dios, en la respuesta compartida de los compromisos cristianos, como la comunidad eclesial va guiando a sus miembros, en ayuda recíproca, a vivir desde Dios.
El Concilio Vaticano II dedicó el capítulo VIII de la Constitución Lumen Gentium a María: La Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia. “Como es fruto de dos tendencias, la presentación que hace de la Virgen es bella, positiva, equilibrada, bíblica, ecuménica y eclesial. Verdaderamente es difícil escribir con mayor fundamento escriturístico, con más solidez teológica y con una más devota unión que como se redactó este capítulo. En él se pone de relieve el papel incomparable de María en la historia de la salvación, pero siempre con relación a Cristo y a la Iglesia”.
Pablo VI publica en 1974 la Exhortación Apostólica Marialis Cultus. Actualiza la doctrina del Vaticano II sobre la Virgen, clarifica la relación esencial de la Virgen con el Salvador y marca las líneas de la espiritualidad y culto marianos, proponiendo a María como modelo: la Virgen oyente, la Virgen orante, la Virgen Madre, la Virgen oferente.
Juan Pablo II publica en 1987 la encíclica Redemptoris Mater para promover una nueva y profunda lectura de cuanto el Concilio ha dicho sobre la Virgen María, madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia, con una doble intención: presentar una doctrina de fe sobre María y fomentar una adecuada espiritualidad mariana.
Una auténtica espiritualidad mariana no puede dejar de beber en la fuente que es la fe de la Iglesia, constantemente repensada y reformulada en los documentos de su magisterio. No es posible construir una espiritualidad mariana auténtica al margen o fuera y mucho menos en contra del sentir de la Iglesia.
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