Miércoles de Ceniza, 17 de febrero de 2010
A todos los miembros de la Familia Vicenciana,
Te basta mi gracia, ya que mi fuerza se pone de manifiesto en la debilidad.
El tiempo de Cuaresma se abre de nuevo ante nosotros y, con el fin de ayudarnos como Familia Vicenciana a entrar más profundamente en este tiempo de gracia, les propongo la siguiente reflexión.
Después de la publicación de mi carta para Adviento, centrada principalmente en la paz como un aspecto importante de la vida cristiana, tuve un diálogo provechoso con una amiga a propósito de mi experiencia en América central como misionero. Esta amiga, muy comprometida con los pobres, se considera cristiana católica. Uno de sus rasgos característicos es el de estar a favor de la revolución, incluso la revolución armada, particularmente en y para los países en vías de desarrollo que luchan por su progreso en el mundo actual. Nuestra conversación, evidentemente, trató sobre el tema de la paz y de la no violencia. Mi postura es totalmente contraria a la revolución armada y más abierta a lo que considero como un enfoque evangélico de la revolución no violenta, la que propone Jesucristo a través de los diferentes ejemplos que nos da, de transformación de la sociedad, no por la fuerza sino por el amor.
Esta persona amiga, me envió un artículo sobre la no violencia, encontrado por casualidad. Aunque posiblemente no estuviera totalmente de acuerdo con su contenido, sin embargo éste la llevó a pensar en el valor de la no violencia en el mundo de hoy. Por mi parte, me permitió iniciar una reflexión más profunda sobre la no violencia en nuestra tradición cristiana y el ejemplo de la misma vida de Jesucristo.
El autor de esta breve reflexión sobre la no violencia comienza mostrando que formamos parte de una cultura, que históricamente ha justificado el uso de la violencia. A medida que la historia se ha desarrollado, ha progresado y se ha vuelto más sofisticada con el uso de los medios tecnológicos modernos de fabricación de armas, ha construido un paradigma cultural que, en cierto modo, pone en peligro la raza humana y la vida entera del planeta, conduciéndola al borde de la extinción. Pero al mismo tiempo, y paralelamente a esta proposición cultural vivida durante siglos, surgen nuevas maneras de actuar que comienzan por desmantelar la justificación de los métodos de violencia, de todo tipo de violencia y proponen que, en la diversidad de las expresiones de la vida humana, la misma vida pueda ser enriquecida más que destruida. En otros términos, es posible construir un mundo en el que personas de diferentes medios, de expresiones culturales diversas, puedan aprender a vivir juntas en una armonía fundada en la diversidad, en vez de que la diversidad llegue a ser la justificación de la violencia y por tanto de la destrucción.
Entre las diferentes maneras creadoras de resistir a la violencia en nuestro mundo de hoy, el autor pone de relieve la fragilidad como un elemento esencial. Al mismo tiempo, propone como solución en la organización de la sociedad, la fuerza de las dimensiones horizontales más bien que en las estructuras jerarquizadas. En otras palabras, que las soluciones se busquen de manera circular, alrededor de una mesa donde todos, incluidos los pobres y los marginados, tengan la posibilidad de expresarse en las discusiones en un plano de igualdad.
Un poco más adelante, el artículo demuestra que la imagen del enemigo, debe ser desmontada, reconociendo que los que tienen una opinión contraria pueden igualmente estar en condiciones de contribuir de una manera constructiva a la búsqueda de la verdad. En otros términos, todos los que están alrededor de la mesa, aunque sus pareceres sean diferentes, poseen una parte de verdad y pueden contribuir a la construcción de la verdad en su totalidad. Nosotros, como cristianos, consideramos que la verdad se construye a través de los valores que descubrimos en la riqueza de la vida de Jesucristo. Es evidente que la guerra, de nuestros días, es una manera ilegítima de realizar la armonía en el seno de la sociedad humana.
Además, a través de la historia, la humanidad, ha dominado de tal modo el planeta, que ahora este sufre por ello. La armonía con la naturaleza es una alternativa a su control y a su explotación.
Si descuidamos la conservación de nuestro planeta es muy probable que los pobres sufrirán más. El cuidado del planeta es uno de los signos de los tiempos a los que nosotros, personas que vivimos en el siglo XXI, debemos responder como Familia Vicenciana. Citando al Papa Benedicto XVI, “hoy día, el gran don de la creación de Dios corre grave peligro a causa de opciones y estilos de vida que pueden deteriorarlo. El deterioro ambiental hace insostenible especialmente la existencia de los pobres de la tierra…Es preciso esforzarse por cuidar la creación, sin dilapidar sus recursos y compartiéndolos de manera solidaria”. (Ángelus del 27 de agosto de 2006 en Castel Gandolfo, antes de la celebración para la protección de la creación).
El cuidado de la creación es igualmente una cuestión que afecta al cambio sistémico. Un enorme sistema extendido por todo el mundo, se focaliza demasiado sobre la eficacia y los bienes económicos y no considera suficientemente el impacto de nuestras opciones sobre el planeta, en particular en lo que concierne a los pobres. Sería bueno que nosotros, como Familia Vicenciana, nos comprometiéramos con otros organismos, para cambiar este sistema destructor yendo a la raíz de las causas.
Estas ideas básicas son puestas de relieve como elementos que están implicados en la transformación y la reconstrucción cultural de nuestro mundo. Un elemento esencial a este respecto es la no violencia, que lleva consigo una protección sin condiciones de la vida bajo todas sus formas, favorecida por acciones concretas. Estas acciones nos provocan una mejor comprensión en nuestras relaciones humanas, en los ámbitos políticos, sociales y económicos. Se trata de comprender que, fundamentalmente como seres humanos, compartimos con otros este planeta que Dios ha puesto gratuitamente, a nuestra disposición.
Algunos consideran que la no violencia es una utopía poco realista. Nosotros, cristianos y discípulos de Jesucristo evangelizador y servidor de los pobres, sabemos que esto no es así y que en muchos lugares del mundo, la no violencia da muestras de su valor.
Queridos hermanos y hermanas, la reflexión sobre la no violencia forma parte de nuestra tradición como cristianos católicos y se encuentra en el centro de lo que la Cuaresma significa para nosotros. Nos centramos en la necesidad de cambiar nuestras actitudes para vivir en plenitud la vida que nos ha sido dada en la persona de Jesucristo por su pasión, muerte y resurrección. En el centro mismo de este don de la vida nueva, se encuentra la fragilidad.
Meditamos durante este tiempo de Cuaresma en la fragilidad de Jesucristo y en nuestra propia fragilidad para considerarla no como una limitación sino más bien como un medio para inaugurar una vida nueva, para nosotros mismos, para los demás y para el mundo en que vivimos. La fragilidad de Jesús se expresa concretamente cuando entrega su espíritu, después de la experiencia de su propia pasión, antes y en la misma cruz. La carta de San Pablo a los Filipenses expresa una profunda reflexión teológica en el himno cristológico que proclama que Jesús, se despojó de si mismo, rebajándose para llegar a la plenitud de la vida en la resurrección. Ante este don total de si mismo en la cruz, Jesús muestra cómo la fragilidad tiene su sitio en la transformación de la sociedad. La víspera de su muerte, Jesús nos enseñó la manera de ser y de actuar. Lavó los pies de sus discípulos, un gesto que, en su tiempo, era realizado por esclavos, llegando a ser de esa manera el siervo de los servidores.
San Vicente, en sus escritos a los Cohermanos y a las Hijas de la Caridad, nos invita a ser indignos servidores, buscando los servicios más humildes. El Padre Jean Pierre Renouard emplea esta reflexión de San Vicente de Paúl de manera sencilla, pero elocuentemente en el 5º tema propuesto para nuestra formación continua con ocasión de la conmemoración del 350 aniversario. En este articulo del Padre Renouard titulado “¿Quién era Jesús para Vicente?”, cita a San Vicente de Paúl. Transcribo aquí una parte de esta cita:
“Lo que más me ha impresionado de lo que se ha dicho …, es lo que se ha indicado sobre nuestro Señor, que era el señor natural de todo el mundo y que se hizo sin embargo el último de todos, el oprobio y abyección de todos los hombres, ocupando siempre el último lugar en cualquier sitio que se encontrase. Quizás creáis, hermanos míos, que un hombre es muy humilde y que se ha rebajado mucho cuando ha ocupado el último lugar. ¿Pues qué? ¿Se humilla un hombre ocupando el lugar de nuestro Señor? Sí, hermanos míos, el lugar de nuestro Señor es el último” (Sígueme XI-3 p.58).
¿Hay un sitio más humilde que elegir en este momento de la historia que estar al servicio de los pobres en Haití? Se dice de los haitianos que es un pueblo sorprendente, cuya capacidad de resistencia al dolor ha sido probada muchas veces durante la historia de su país, considerado el más pobre de entre los pobres del hemisferio occidental. Hoy, después del terremoto más destructor que se ha conocido nunca desde hace más de 200 años, se encuentran en mayor necesidad. Me ha edificado la respuesta de conjunto de la Familia Vicenciana ante esta crisis y tragedia en Haití. En diferentes reflexiones sobre lo que ha sucedido en Haití, se ha dicho que el mundo ha aprovechado la ocasión de esta tragedia, que podíamos considerar como la experiencia más horrible y más terrible en términos de perdidas de vidas humanas, y la ha transformado en obra maestra, una obra de toda la humanidad, una obra de nuestro mundo de hoy, movido por el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. La respuesta a esta tragedia, como la aportada a tantas otras tragedias producidas en todo el mundo, es verdaderamente edificante y prueba que mundialmente tenemos posibilidades. Como ciudadanos de este mundo, podemos trabajar juntos, dejando de lado nuestras diferencias para que el más frágil de entre nosotros, se beneficie de nuestra atención y que el amor le sea manifestado y ofrecido. En el espíritu de San Vicente de Paúl y de Santa Luisa de Marillac, estamos invitados a despojarnos de nosotros mismos y a ponernos a su servicio.
Una presencia así con nuestros hermanos y hermanas que viven en la pobreza en lugares como Haití, puede ser percibida como una representación simbólica de nuestro Señor Jesús resucitado. Se levanta en medio de las sombras de la muerte y da una vida nueva. Experiencias semejantes se viven en muchos países del mundo entero donde la Familia Vicenciana está presente. Lugares que de otro modo, no encontrarían ninguna esperanza sin los discípulos de Jesucristo, que evangelizan y sirven a los pobres. En situaciones como la de Haití, donde muchas personas han visto desaparecer lo que consideraban como su seguridad, la presencia de personas entregadas y generosas que dan su vida en el servicio de los demás, es lo que les queda como signo de resurrección, signo de esperanza y de vida.
Hermanos y hermanas, concluyo esta reflexión sin darla por concluida, pues espero que continuará, por una reflexión personal así como con una reflexión e intercambio entre ustedes. En el centro de nuestra fe cristiana se encuentra la realidad de la fragilidad, de la que surge una vida nueva. Nosotros, discípulos de Jesucristo y en fidelidad a su llamada, reconocemos nuestra fragilidad así como la de los demás y promovemos una vida nueva por la no violencia o la protección de nuestro planeta. Por nuestra fragilidad aportamos una respuesta a la fragilidad del mundo y a la de toda la creación.
Nuestro Dios, el Dios de Jesucristo, es el Dios de la vida y el Dios del amor. Continuamente derrama este amor en y por el don de su resurrección, que celebramos como el punto culminante del tiempo de Cuaresma. No olvidemos nunca que es la resurrección la que nos identifica. Somos un pueblo de resurrección y el aleluya es nuestro canto. Dejemos resonar nuestro canto y como Familia, cantemos juntos con todos nuestros hermanos y hermanas pobres.
Su hermano en San Vicente
G. Gregory Gay, C.M.
Superior general
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